The news is by your side.

Yemen: La lógica capitalista golpea Cádiz

La lógica del capitalismo ha golpeado de lleno en España a unos seis mil trabajadores de un astillero gaditano. La parte débil del sistema de producción capitalista establece una relación social de producción con la Muerte. Pero… ¿Solo en esta ocasión desde la revolución industrial inglesa? La respuesta es no, pues quién si no lleva fabricando las armas, cada vez más mortíferas, sino las manos de los obreros.

El señor de la chistera y el puro presiona a los gobiernos de las naciones para que provoquen guerras y conflictos en los que colocar su mercancía letal. Los obreros de las fábricas de material de guerra quizá estarían más a gusto empleados en fábricas de alas de ángeles, pero no está en ellos la elección del puesto de trabajo, el sistema criminal capitalista los coloca donde los necesita, no donde ellos quisieran, es lo que hay, solo una ínfima parte de afortunados puede permitirse el lujo de despreciar un trabajo seguro. Las premisas básicas que nunca hay que olvidar cuando se quiere analizar un conflicto en el que la clase proletaria se vea envuelta son dos: La primera es que el empresario lo es por libre decisión; la segunda, que el trabajador lo es por necesidad vital.

Podemos seguir la traza, grosso modo, de las cuatrocientas bombas de precisión láser que el Gobierno español saca del arsenal de su ejército para traspasárselas, previo pago a las arcas públicas, que no sé si habría que deducir comisiones, al Gobierno de la teocrática Arabia de la casa Saúd, estado mundialmente conocido como uno de los más respetuosos con los derechos humanos. Todos los que han participado en la elaboración, uso y consecuencias de esas bombas tienen una relación social de producción, que culmina en el niño muerto sin misericordia en Yemen. Todos los partícipes están relacionados con la muerte, único fin de esos productos, no se les puede dar otro uso que la destrucción.

Algo de metal deberán llevar, así que ya, aunque muy remotamente, tenemos a los primeros obreros relacionados con el niño yemení. El propietario de la mina sabe que su metal contribuirá a matar. Es un criminal de lesa humanidad.
Dicen que hay mucha electrónica en las bombas actuales. Los obreros electrónicos montarán concienzudamente las placas; con seguridad no conocerán su destino final, pero se están relacionando con el niño yemení. El dueño de la fábrica de las placas sí conoce el destino de ellas. Es un criminal de lesa humanidad.

La fabricación fue estadounidense, y a no ser que en la factoría donde se montaron todos los componentes se hiciera a base de robots, incluso el administrativo que recoge los encargos de los militares, los primeros obreros conscientes de futuras muertes a sus espaldas son estadounidenses. Sus necesidades vitales las cubren en un trabajo cuyo objeto es la muerte de otro, o la propia si se desatara una guerra civil. Sufren en sus propias carnes la condena de que muy pocos pueden elegir en el despiadado mercado laboral, las oportunidades de encontrar trabajo no son tan buenas desde que Reagan y Thatcher fueron colocados por el Poder. Relacionados socialmente con el niño yemení, pero el criminal de lesa humanidad es el dueño de la fábrica, quien montó a sabiendas un negocio de la muerte, mutilación y destrucción.

Las bombas hay que transportarlas desde la fábrica a su destino, bien sea en el propio país o en el extranjero. Los trabajadores de los diferentes modos de transporte, supongo que de una compañía especializada en transporte de armas, deberán saber qué lleva al volante, al timón o a los mandos del avión. Es otro cooperador relacionado socialmente con el niño yemení. Pero los dueños de las diversas empresas transportistas son los criminales de lesa humanidad, porque firmaron libremente un contrato de transporte de muerte, mutilación y destrucción.

Las cuatrocientas bombas llegaron a su destino. ¿Para qué las quería España? Tan poco las necesitaba que el gobierno de los populares las resta a la munición de su Ejército para vendérselas a otro país, saltándose el compromiso de no vender armas a países en conflicto (si no hay conflicto, ¿para qué se quieren armas? Ah, como disuasión…ya). Tal vez les quedarían pocos años de caducidad, y antes de desmontarlas y perder el dinero invertido, porque tampoco es muy lógico declararle la guerra a algún país vecino para darles el uso adecuado, se venden a un tercero que en poco tiempo les darán el destino pertinente, ya que ese tercero sí está metido en guerras justas y humanitarias (tal vez sus cuatrocientos estallidos de destrucción no golpeen a los yemeníes sino a los niños sirios). Con esta venta el Gobierno español se convierte en criminal de lesa humanidad, como el norteamericano, el británico o el francés, dicho sea de paso.

Como si la situación fuera nueva, los españoles de bien nos damos cuenta de que en España se construyen barcos de guerra para naciones que no respetan el derecho internacional. No, no estoy hablando de las democracias liberales, esas democracias que desde la Primera Guerra Mundial no han parado de cometer matanzas, torturas y genocidios entre ellos, aunque en los últimos decenios han trasladado el teatro de operaciones exclusivamente al Tercer Mundo. Hasta ahora, al menos entre los medios alternativos de la izquierda, la producción nacional de armamento no se había cuestionado con tanta rotundidad hasta que el comité de Navantia en Cádiz mostró su preocupación por que se suspendiera, según establece la ley, la entrega de las bombas al reino teocrático asiático. A nadie en Cádiz se le ocultaba que cuando la sirena de los astilleros daban la hora de la salida, esos trabajadores que marchaban a sus casas participaban en la construcción de barcos de guerra, cuyos cañones no lanzarían precisamente caramelos y globos a los aterrorizados niños yemeníes.

Todos los columnistas de bien nos han trasladado la idea de que los trabajadores de los astilleros prefieren la muerte segura de niños antes que quedarse sin trabajo. No olvidemos que el trabajador lo es por necesidad vital, y muy pocos pueden elegir su trabajo. Sabemos que la ideología de la gran mayoría de la población es la de la clase dominante, la neoliberal, la ideología que ha sacralizado el individualismo, el egoísmo y la insolidaridad; sabemos que, como apuntaba más arriba, las matanzas, torturas y genocidios están a la orden del día en el mundo occidental, desde 1914 nadie se conmueve con esos hechos atroces e inhumanos; todos conocemos los efectos desastrosos del paro en el trabajador y su familia, como el hambre, el desahucio, la desestructuración familiar, el alcoholismo, la ludopatía, la desaparición de la autoestima, la dependencia de los fármacos ansiolíticos y antidepresivos, o, en el mejor de los casos, la emigración y el desarraigo.

Se insta a los trabajadores de Navantia a que den el paso de negarse a fabricar los barcos de guerra para esa monarquía tiránica apelando a la ética. Quienes lo piden insistentemente, todos gente de izquierdas, supongo que no obvian que vivimos en un mundo dominado por la ideología neoliberal, creo que tienen en cuenta que las atrocidades inhumanas son moneda corriente y saben que esos trabajadores están apoyados por los sindicatos de clase. (Nadie duda del carácter internacionalista y solidario de nuestros sindicatos de clase, entre ellos uno anarquista que prohíbe la afiliación de los trabajadores de los cuerpos represivos pero que sin embargo permite la afiliación de los trabajadores de la industria armamentística).

Los dos sindicatos mayoritarios instan a los gobiernos a potenciar la industria bélica, que además es una industria puntera de alta tecnología que ayudaría al desarrollo de otros sectores. Los partidos de izquierdas no incluyen en sus programas el desmantelamiento de la industria militar, aunque abogan por la cultura de la paz y el comercio de armas sujeto estrictamente a las leyes y tratados internacionales. Es decir, que se sigan fabricando armas en España.

Las armas solo tienen el fin de matar; hay otros sectores de la producción que también son canallescos, pero tienen una parte útil a la sociedad, tal como sucede con la industria farmacéutica. El mercado laboral en el neoliberalismo es tan despiadado como la competencia a muerte del mundo empresarial. Cuando a un colectivo se le pide que anteponga la ética filosófica a su único medio de subsistencia (en una provincia con tasas de paro disparadas), lo mínimo que se le debe garantizar es que su sacrificio valga para acabar con la situación injusta. No es este el caso. ¡Claro que yo aplaudiría hasta que me sangraran las manos si al final tomaran esa decisión por encima de la entrega de las cuatrocientas bombas! No pararía de tararear la Internacional hasta en la zona nacional de todas las ciudades españolas. Pero mi alegría no pagaría sus recibos ni alimentaría a sus hijos. En las sociedades avanzadas la inmensa mayoría vive de vender su fuerza de trabajo, y esa fuerza es cada día más difícil de vender.

¿No estaría el camino de la izquierda en forzar al Gobierno español a parar la fabricación de esas corbetas, o al menos intentarlo, en cumplimiento del tan cacareado que un Estado de derecho lo es por el cumplimiento de sus leyes sin excepción de nadie (excepto el rey)? Si la decisión partiera del dueño de Navantia, empresa estatal, el Gobierno estaría obligado, no sin lucha desigual por parte de los trabajadores, a buscar una alternativa a los puestos de trabajo que deja sin cometido por una decisión empresarial. Y si el débil Gobierno español es incapaz de asumir sus responsabilidades, corresponde a las instituciones europeas tomar cartas en el asunto y evitar la venta de armas a un país que las usará en un conflicto ajeno e impulsado por motivos geoestratégicos.

Pero aquí nos topamos con los truculentos episodios de la prohibición de unas armas y la tolerancia de otras. Afortunadamente las armas químicas, las minas antipersonas, las bombas de dispersión se prohibieron por sus horrendas consecuencias, pero las corbetas se toleran porque, aunque también matan, lo deben hacer al gusto burgués, disimulando y sin destrozos ni mutilaciones de cuerpos.

Los trabajadores de Navantia, es innegable, tendrán una relación social de producción con las posibles muertes en Yemen, pero el criminal de lesa humanidad será el Gobierno español que es incapaz de asumir sus propias leyes y tratados internacionales que le obligan. Todos los españoles de bien estamos esperanzados en que el conflicto yemení se resuelva antes de la entrega de esas malditas corbetas y sus cascos sumergidos se tapicen de balanos, lapas y mejillones, señal de que permanecen ancladas eternamente.