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Vuelve la resistencia a Europa

Enero de 2019: Un coche bomba ha sido detonado en la ocupada Derry -de la ocupada Irlanda del Norte– por una nueva generación del IRA. En la arruinada Grecia un artefacto ha destrozado la sede de la cadena televisiva Skai TV, una de las mayores del país, por unos tales OLA (Grupo de Combatientes Populares). Un cuartel militar de la policía portuguesa se ha encontrado en llamas por obra de molotov. En Alemania un reconocido líder fascista ha sido ultrajado por un comando de “sanguinarísimos anti-demócratas” -según todos los periódicos del “democráticoReino de España-.

Parece ser que los pueblos del viejo continente vuelven a hartarse de ser violados sin resistencia, de la guerra junto a la paz social -pues solo los hambrientos se encuentran en guerra mientras los cerdos se hallan en paz-.

Podría decirse, y así es cómo se está diciendo, que todos éstos actos son ‘terrorismo‘. Sería mentira si se dijera que no lo son, pues siembran el terror; aunque no donde éste suele sembrarse. Sin embargo, y siguiendo la pleitesía del insulto a cualquier movimiento violento que no sea el del Estado, éstos actos únicamente podrían definirse mejor como ‘contra-violencia‘. Pero es necesario desarrollar ésta afirmación.

¿Quién ejerce la violencia?

Cuando los hombres y mujeres de traje y corbata denuncian toda violencia casual de las masas, por ínfima que sea: cristalería rota, vehículos volcados o asfalto arrancado. Mientras callan la violencia diaria sobre las masas, por gigantesca que sea: paro laboral, fondos buitres o trabajos míseros. ¿Qué procuran? Los suicidios diarios, los despidos y las colas infinitas en el INEM y Cáritas. Hechos que no pueden resultar invisibles a absolutamente nadie. O son ciegos, o poseen intenciones. Pretenden perpetuar la violencia, su violencia, sobre los pueblos de la Europa que dominan.

El origen de toda riqueza reside en el saqueo. Los patronos, en sus “arriesgadas” apuestas, solo corren el peligro de convertirse en iguales respecto a los trabajadores. Ese es el gran riesgo de los capitalistas: ¡Aguantarse a ellos mismos! En cambio, el riesgo de los obreros es otro, tan entrelazado como contrario con el primero: entrar en una fábrica, en un gran latifundio, o un local en el que venderse durante largas horas por un pan que, si desean que llegue a sus hijos, deben quitarse de la propia boca.

Si no existe la fábrica que meterse a los pulmones, o la tierra a la piel, o el local hasta la entrañas -por la “suerte” de sobrecarga en los demás obreros- una amplia masa de ellos es condenada a la inmundicia ¿No es ésta acaso una gran violencia?

Tal cómo existe la violencia, existe la protesta. Una cosa no puede ir sin la otra, y las violencias están condenadas a ser protestadas. Aunque generalmente, podría decirse que siempre, protestar es quejarse sin causar el menor daño material posible -que no productivo-. Aunque no es extraño, de hecho, es norma, que las protestas sean sofocadas por la fuerza, incluso las huelgas.

Da exactamente igual qué democracia, por avanzada y respetada que sea, se enfrente a la protesta y la huelga. Si dura demasiado debe ser reprimida, los obreros deben ser encausados a “sus” fábricas y campos, y los caminos liberados para, a pesar de que hablen del tránsito consumista, que la mercancía pueda moverse anárquicamente de un lado a otro hasta gastarse o romperse.

Tal es la libertad de los demócratas que no sufren la democracia, la libertad de ser esclavo, si se es dentro de la producción social. O mísero, si se es excluido de la misma. La violencia, por ende, sobreviene siempre de arriba a abajo en primera instancia; de quien puede ejercer, pues tiene medios propicios para ello, y es su interés.

¿Acaso alguien puede imaginarse un gobierno de señoritos pacífico, tranquilo y pausado ante la suposición de un paro total y voluntario de los obreros, campesinos y parados? La libertad sería tan fina cómo los minutos que tardasen los gobiernos señoriales en obligar a “sus” hombres y mujeres a venderse nuevamente en las fábricas, locales y campos ¡Esa misma es nuestra libertad!

¿Quién ejerce la contra-violencia?

Las protestas en Hamburgo, Alemania, en contra del G-20 (2017) sirvieron para un exacerbado despliegue de brutalidad policial, incluso para establecer el ‘estado de sitio‘. Un régimen de represión legal por parte de los Estados democráticos-burgueses. Lo mismo podría decirse del comportamiento de España en el día 1 de octubre de 2017, día del referéndum unilateral en Cataluña acerca de la independencia. Tanto los pacíficos votantes catalanes, cómo los igualmente pacíficos manifestantes madrileños que los apoyaban, separados por más de 500 kilómetros, fueron resueltos mediante la violencia.

Es concebible que los pueblos, que éstos pueblos, hambrientos, apaleados y gigantescos, acaben desarrollando cada cierto tiempo una gran animadversión hacia el pacifismo; pues éste no es otra cosa que la legalidad y el miedo vigente.

Los gritos se convierten, tras cada acto de violencia institucional, en ráfagas de odio. Los huevos que pudiesen lanzar los “protestantes” se transforman en piedras, cócteles y balas arrojados por “terroristas“. Los ciudadanos policías, o los policías de ciudadanos, se arrancan las caretas y olvidan la jura por la paz -aunque solo fuese suya- y no dudan en hacer de los cuarteles un insulto a la vida.

En el hambre, entonces, existen dos violencias: la que la procura y la que la combate. Ambas antagónicas, que se enfrentan y luchan por superponerse la una a la otra; pero que son, a fin de cuentas, parte de una misma cosa: la sociedad de clases. El pacifismo, el término intermedio entre estas dos violencias que supone rendirse ante la propia condición material de oprimido, dura el tiempo que tarda en venir una nueva, más potente y dolorosa crisis capitalista; que en tanto aúpa a los más ricos, hunde a las amplias masas populares; que en tanto enaltece las riquezas de unos pocos, germina la rabia de muchos; que en tanto transforma ciertas ciudades en palacios de hormigón, cristal y acero, convierte países enteros en desiertos del hambre.

La ‘contra-violencia‘, se entiende así, es el desarrollo directo de la protesta, es fruto [evolución por causa externa] de la violencia de Estado. No es otra cosa que las masas resistiéndose a morir, que la resistencia. Por ello, aquellos que se resisten son siempre, y en tanto no ostenten el poder, “terroristas“; pues quien designa a los enemigos son los gobernantes y no los pueblos.

Implantan el terror en quienes no estaban ya aterrados -y los todavía no aterrados no pueden ser jamás los pueblos, pues éstos tienen el terror de no mantener su casa, su trabajo, el sustento de sus hijos y los pagos de sus muchas deudas. No temen que los dirigentes burgueses, que los roban y apalean, puedan morir-. [Implantan el terror] En quienes viven por los que malviven; en los que gobiernan, sus acolítos y perros.

Las naciones europeas avasalladas por la “Pequeña Gran Comunidad Europea” (UE), germén de la resistencia

No es de extrañar que aquellos países europeos más vapuleados y esclavizados por “La Unión“: Grecia, Chipre, Italia, Malta, España, Portugal, Turquía (aún en proceso y discusión de pertenencia la UE), Francia, Irlanda e Irlanda del Norte, sean los primeros en los que se desarrolle la violencia de las clases oprimidas. Cobra especial atención el más maltrado de ellos, Grecia.

País donde solo en el pasado mes de [finales de diciembre y] enero la Atenas capitalista se enfrentó a dos atentados con bomba; uno por los anarquistas en la iglesia del barrio Kolonaki, y otro por los grupos aventureristas en la sede televisiva de Skai TV. Así cómo la elevación númerica de fascistas y elementos reaccionarios asesinados o enfrentados por las fuerzas populares.

De igual forma, en Irlanda, una nueva generación del IRA se ha levantado. En Turquía, la combatividad del DHKP-C y otros grupos armados se acrecienta y expande. En España, el movimiento independentista catalán olvida, aunque lentamente, el pacifismo que le impregnó la burguesía catalana; además de que el Estado español mantiene activas centrales policiales de investigación ante grupos populares armados que parecieran inertes, tales como los GRAPO. En Francia, el movimiento de masas y violento de los chalecos amarillos, tras la toma desorganizada de París, ponen en constante tensión a las élites francesas.

Serán los esclavos y míseros de estos países, en la región europea, quienes primero empuñen, o puedan ya empuñar, el fusil de manera decisiva y desafiante ante las clases opresoras. La opresión trae la protesta, la protesta trae la represión, y la represión trae la resistencia. Ésta ya se está fraguando en Europa.