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Con una verdadera transición no todo habría estado tan bien atado

La política debiera ser un modo de vida emergido del más profundo compromiso de cambiar para bien la vida de los demás, y no una mera herramienta que le sirva a un individuo para vivir mejor en detrimento y a costa de millones de personas.

Dijo cierto filósofo ilustrado, “el hombre es bueno por naturaleza“, el hombre natural, inocente, niño, el que vive en paz y en armonía con la naturaleza. Pero el “hombre contemporáneo” es diferente, ha perdido la naturaleza, es hombre vil, egoísta y un experto en el odio. Y es el hombre contemporáneo privilegiado quien gobierna a muchos hombres contemporáneos sin privilegios.

En España, conocemos bien a estos hombres privilegiados. Hombres más contemporáneos que otros, que no han dudado en anular la potestad coercitiva del Estado y tomar el poder mediante la violencia y las armas. Frente a la democracia, están quienes la aborrecen, la pretenden ensuciar, anular y, con el paso del tiempo, reinventarla y tapar la mugre.

Los españoles llevamos 40 años viviendo con la creencia de que la dictadura franquista es historia y de ella no queda nada, salvo políticos, monumentos, calles, algunas leyes, homenajes, enaltecimientos vergonzantes… Por lo demás, nada.

Pero, ¿es cierto que en España hubo ruptura? Es evidente que no, ni por asomo. Los mismos actores políticos que poco antes habían organizado la represión y dado cobertura política al régimen dictatorial, fueron quienes nos pusieron la soga al cuello con una constitución que nada tiene que ver con un proceso de transición. Al pueblo no se le dio la oportunidad de elegir entre dos modelos: el republicano o el monárquico; se les presentó una constitución para ser votada mediante el chantaje del miedo y la amenaza de otra guerra civil si no era aprobada en el plebiscito.

Olvidaron que antes de la dictadura, España vivió en democracia, pero prefirieron olvidar aquella democracia a costa de 40 años de dictadura y una falsa transición que lo único que pretendió -y logró- fue dejar impunes tantos crímenes contra la humanidad y meter en el cajón del olvido nuestro pasado democrático, pretendiendo que olvidemos “viejas heridas“.

No señor, las “viejas heridas” no se olvidan con una constitución en la que la monarquía “se metió con calzador”, como reconoció hasta el propio Suárez, ni permitiendo que un pueblo olvide sin más tanta sangre derramada para demoler una democracia.

El mismísimo Juan Carlos I ya juró cumplir los principios fundamentales del Movimiento y fue proclamado rey de España. Ya veis, el sucesor elegido por la bestia, ahí estaba, para que un puñado de criminales se mantuvieran en el poder y no perdieran los privilegios que ganaron a costa de una democracia y de los vencidos.

En una verdadera transición, se le debería haber dado la importancia que se merece a nuestro pasado democrático, escuchar si el pueblo quiere una monarquía heredada de una dictadura, o si por el contrario prefiere una república, sin rey. No es digno de una democracia que una institución metida “de aquella manera” en una constitución, tenga privilegios por el mero hecho de haber nacido en una determinada familia. Eso es de todo menos democrático. Pero menos democrático aún es que esa familia haya sido puesta por el dictador genocida Franco. Una monarquía cómplice de un tirano.

Y como canta una comparsa de mi tierra, Cádiz:

Ponga su corona a voluntad del pueblo,

póngala para que la votemos si es que no le faltan huevos.

Y si dicen que sí le reconoceré,

pero si dicen no por favor márchese y que la historia comience de nuevo“.