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Después de 40 años la Constitución aún no da cobijo a las personas trans

1977 en Barcelona. Primera manifestación que pedía la abolición de las leyes que criminalizaban la homosexualidad y exigía amnistía para los aún encarcelados por amar o ser diferentes. Estuvo presidida por mujeres transexuales. La histórica fotografía de aquella hazaña no deja lugar a dudas. Seis mujeres transexuales eran las primeras de una marcha en la que participaron cerca de 5.000 personas. Ni un solo gai, bisexual o lesbiana se atrevió a ocupar la primera plana de la manifestación y a salir fotografiado en los medios de comunicación de la época. Pero allí estuvieron ellas, por todo el colectivo LGTBI. Mujeres como ellas, abandonadas del hogar familiar, expulsadas de la educación formal y con las puertas del mercado de trabajo cerradas por vivir en un género diferente al asignado al nacer.

El 25 de junio de 1978 el Orgullo se celebró en más ciudades españolas aparte de Barcelona: Sevilla, Valencia, Santiago de Compostela, Madrid, Las Palmas, Bilbao… Nuevamente, las mujeres transexuales volvían a ser las más valientes y pusieron su cara a riesgo de que se la partieran los grupos ultraderechistas y la policía franquista de la época. Todavía estaba en vigor la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social que podía mandarlas a prisión; pero allí estuvieron ellas, en cabeza, liderando, sin miedo, libres, indómitas, indomables.

Sin embargo, las personas trans han sido el último colectivo en salir de la dictadura. La primera ley de reconocimiento de derechos para la comunidad transexual no llegó hasta el año 2007, 29 años después de que se aprobase la Constitución. Y las marchas del Orgullo LGTB son en la actualidad un desfile centrado en los homosexuales masculinos, en los que a las personas transexuales las han hecho desaparecer de su papel protagonista como sujetos políticos que abrieron las grandes avenidas de la libertad por donde hoy transitan gais, bisexuales y lesbianas. Las mujeres transexuales fueron las grandes castigadas de la dictadura y han sido las grandes olvidadas de la democracia.

A pesar de su generosidad, de que en lugar de armarios tuvieron vitrinas de visibilidad, de que se burlaron en la cara del franquismo, y de que la gran mayoría de las 5.000 personas encarceladas en la dictadura por homosexuales en realidad fueron mujeres transexuales, han sido ocultadas del relato oficial de la historia y enviadas a la parte de atrás de la agenda política del movimiento LGTB. Han sido borradas de la historia a pesar de que ellas siempre tuvieron encendidas las antorchas de la libertad y que su sola existencia subvertía los cimientos de la dictadura. Esto ha sucedido por dos motivos.

  • Son pobres, no sirven de reclamo para las grandes marcas comerciales. Su tránsito social a su verdadera identidad ha ido aparejado de la expulsión del hogar en la mayoría de los casos y del bloqueo del mercado laboral, por lo que socialmente descendían a los infiernos.
  • Su condición de mujer las convertía en unas traidoras de las reglas patriarcales y por ello eran tiradas a los puestos más bajos de la sociedad.

Las personas transexuales han sufrido —afortunadamente cada vez menos— un apartheid social, laboral, afectivo, político y médico. Son las más «nadies» de los «nadies», las castigadas entre los castigados, las humilladas entre los humillados y, en el franquismo y la Transición fueron lo peor de lo peor entre los presos sociales. Si los presos políticos salieron en libertad en 1977 con la amnistía total, los homosexuales y transexuales no salieron hasta 1979.

Esa amnistía total del 77 se olvidó de las disidentes sexuales. Si los españoles fueron libres en 1978, las mujeres transexuales no pudieron andar tranquilas por la calle hasta 1987, año en el que se derogó la Ley de Escándalo Público, subterfugio por el que las detenían en democracia si los agentes policiales —los mismos que en el franquismo porque en este país se pasó de la dictadura a la democracia con el mismo andamiaje— consideraban que iban más provocativas de lo moralmente aceptable en la época. La Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social estuvo en el Código Penal hasta el año 1995, cuando se derogó por completo. Si bien es cierto que ya no iban a prisión, simbólicamente estuvo ahí hasta hace un cuarto de hora en el reloj de la Historia de España.

Todavía hoy necesitan un informe psiquiátrico que diga que no son enfermas mentales para poder optar a una modificación registral que les permita disponer de un documento nacional de identidad acorde a su género, evitando así los codazos, las risas y que en el banco o en la consulta del médico las llamen por un nombre que no se corresponde a su género. Ni siquiera existe una ley trans estatal integral, que remueva todos los obstáculos que impiden a las personas transexuales ser iguales en el mundo del deporte, sanitario, laboral, educativo, en el empleo e incluso en una residencia de la tercera edad, en las que en muchos casos vuelven a ser tratadas en masculino, y se encuentran con un ecosistema que las retrotrae a los oscuros tiempos en los que eran humilladas y negadas.

La sociedad las intentó convencer de que habían nacido en cuerpos equivocados, pero su lucha por la libertad en los duros años del franquismo y en la transición permitió demostrar que quien estaba equivocada era la sociedad.

Al haber sido expulsadas a los márgenes, fueron mujeres que se rieron de la dictadura en su cara, que subvirtieron todos los tratados religiosos y morales de la España en blanco y negro, que dieron con sus huesos en la cárcel por ser libres, y también fueron capaces de sortear las limitaciones del régimen franquista para encontrar espacios en los que respirar. Aliadas con la alegría, la irreverencia y la picardía, abrieron las puertas de los primeros derechos y libertades para la población LGTB en nuestro país.

Este país tiene una deuda impagable con todas ellas. La gran mayoría han sido condenadas a ser prostituidas o al mundo del espectáculo. por lo que hoy tienen pensiones no contributivas de miseria, con las que no pueden disfrutar de una vida, digna de ser disfrutada. Este artículo no pretende otra cosa que honrar a las heroínas que se atrevieron a vivir en un escaparate para hacerle la vida más fácil a las generaciones futuras.

La democracia en España no vino sola, la conquistaron mujeres como ellas, repudiadas de día y deseadas de noche.

Y mientras, después de 40 años de Constitución, las esperanzas, los anhelos de igualdad y de ser ciudadanía en todos los ámbitos, están “secuestrados” en un cajón del Congreso de los Diputados. El 23 de febrero de 2018, Unidos Podemos daba registro a la primera proposición de ley trans estatal, de carácter integral y transversal. Un “olvido” que despertó la furia trans de un colectivo que no se resigna más a ser ciudadanía de clase b.

Hoy la mayoría de los ciudadanos, políticos e instituciones, tienen un motivo de celebración, las personas trans, aún seguimos esperando la ansiada democracia. La falta de voluntad política no puede ser usada desde la demagogia para convertir en cabeza de turco a las personas trans igual que se ha hecho con los inmigrantes.

Al fantasma del fascismo se le cierra las puertas con igualdad, protección jurídica y respeto a la diversidad.