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Los cazas de Pinochet

Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.” El presidente Salvador Allende habla en Radio Magallanes, va a ser su último discurso, son las 10:15 el 11 de septiembre 1973, Santiago de Chile.

Entre las 11:30 y las 12:08 cuatro cazas Hawker Hunter de la marca Rolls Royce atacan el Palacio de la Moneda, la residencia oficial del presidente Allende y a varias antenas de telecomunicaciones.

Allende está dentro del Palacio de La Moneda, el daño causado por los cohetes lanzados desde las cazas es brutal.

Entre las 14:30 y 14:38. El Presidente Allende se suicida con un AK-47, regalo de Fidel Castro.

El golpe de estado orquestado por el General Augusto Pinochet ha acabado con la vida de un presidente elegido democráticamente, y Chile esta a punto de entrar en 17 años de dictadura militar.

Marzo, 1974, East Kilbride, Glasgow: el inspector de motores de la fábrica de reparación y mantenimiento de Rolls Royce Bob Fulton tiene encima de su mesa un eje compresor. El eje es una pieza de uno de los cuatro motores de las cazas Hawker Hunters fabricadas por Rolls Royce que la planta tiene que reparar. Bob lee una tarjeta atado a la pieza: Chile.

I cannae work on that.” – “No voy a trabajar en ello.” Dice Bob a su represente sindical.

Los motores de los Hawker Hunters -que probablemente fueron los mismos que impulsan las aterradoras cazas durante el golpe de estado- nunca fueron reparados. Los trabajadores de Rolls Royce se negaban a tocarlos y los colocaban fuera de la planta, oxidándose bajo la lluvia constante de la zona.

Tal fue la repercusión del boicot que casi todas las cazas tipo Hawker Hunter de las fuerzas aéreas chilenas estaban a punto de quedar en tierra, según el testimonio del antiguo comandante Chileno Fernando Rojas Vender.

A pesar de las distancias, en un mundo con apenas televisión y sin idea de lo que sería internet, los trabajadores de la fábrica de East Kilbride no dudaban en apoyar a personas a 11.000 kilómetros de distancia. El sentir de unión y hermandad con los chilenos represaliados cruzaba océanos, culturas y lenguas. Lo resume Stuart Barrie, miembro del comité de empresa de East Kilbride en una entrevista a The Guardian: “La gente que estaba siendo asesinada y torturada, muchos de ellos fueron como nosotros: sindicalistas.”

Tal fue la autoridad de los sindicatos por aquel entonces, que pudieron imponer la empatía y el apoyo mutuo entre la clase trabajadora, incluso en diferentes continentes, antes del poder de la empresa.

En el mismo discurso la mañana del 11 de septiembre desde Radio Magallanes Allende proclama: “Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles de miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente.”

No sé, me temo que la conciencia digna sí que ha estado segada definitivamente. Hoy 45 años después del golpe de estado en Chile es casi imposible imaginar un gesto similar a lo de los trabajadores de East Kilbride.

La historia de la protesta de los trabajadores de Rolls Royce East Kilbride esta en el documental “Nae Pasaran” del director Chileno Felipe Bustos Sierra.