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El capitalismo nunca dejará de ser un sistema criminal

3014 accidentes laborales mortales en los cinco últimos años en España. 3014 muertes que parecen conmover solo a familiares y compañeros cercanos a los fallecidos. Es raro que la muerte en el ámbito laboral ocupe unas líneas en los medios escritos o unos segundos en los medios radiofónicos o audiovisuales. Ha de ser un accidente muy llamativo para que los medios de comunicación hagan saber al resto de los españoles que un conciudadano, no se sabe si el primero, el segundo o el tercero del día, ha perdido la  vida mientras vendía su fuerza de trabajo para procurarse su propio sustento o el de una familia entera.

Asfixiados en un mar de vísceras de animales; machacado por vuelco de una carretilla; electrocutado por la catenaria de una vía. Son las noticias que se dan por lo impactante, pero no el albañil que cae de un andamio, el marinero ahogado en un mar en calma, o quién sabe, tal vez esas 3014 muertes han tenido eco en todos los informativos de la hora punta y estoy levantando falso testimonio porque yo ni los veo ni los oigo, y los trabajadores que los sigan, dado el aparente escaso interés social por el asunto, se tomarán la noticia con un indolente “no me ha tocado a mí“,  “seguro que el muerto era un irresponsable” o peor aún, como quien oye llover, que “ese asunto no va conmigo“.

Mucha gente reacciona ante los números estadísticos con recelo. No los asimila si no tienen la experiencia personal sobre el hecho negativo tratado. Hay quienes niegan la discriminación salarial de la mujer porque, a pesar de lo que se pregona, todas las mujeres que existen en su entorno no padecen ese problema. Hay quienes niegan que haya pobres en España, porque no han visto morir de hambre a nadie en plena calle. Estos datos son estadísticos, nos dan un porcentaje del total, y ya sabemos que las conclusiones pueden ser muy dispares según quién analice los datos.

Pero en cuanto a las muertes laborales, el único dato válido es el valor absoluto, sumadas de una en una. Ese número fatídico no hay que llevarlo al denominador de ningún índice de siniestralidad, de muertos por horas trabajadas o de muertos por número de trabajadores activos.

Cada muerte de un asalariado es un fracaso del sistema laboral, sin que ello consiga poner en entredicho, ante los ojos del proletariado, al sistema productivo capitalista, al menos hasta hoy. Jamás al capitalismo le ha importado la vida de un obrero, el ejército de reserva es inacabable. Y el ritmo de muertos anuales convierte en nada disparatada la calificación de terrorismo empresarial a la actitud del patrón ante la inseguridad física y psíquica de los trabajadores.

Este número espantoso de muertes laborales vuelve a dejar a nuestro cuerpo legal, como en otros tantos asuntos, en papel mojado. La Constitución del 78 y la Ley de Prevención de Riesgos Laborales (LPRL) se convierten en unas recuperadas Leyes Nuevas de Carlos V, por lo del incumplimiento sistemático por quienes deberían respetarlas.

Nuestra sociedad contemporánea se mueve al dictado de los medios de comunicación; estos medios están a las órdenes de corporaciones financieras y empresariales. El silencio mediático que rodea a estas muertes le interesa al capital para que los proletarios no se hagan una idea de conjunto de lo que está representando el trabajo precario.

No solo acarrea salarios míseros que no permiten un  proyecto de futuro, jornadas interminables que oficialmente constan como parciales, sino que cada vez más representan riesgo de muerte, el bien más preciado de cualquier ser vivo. Vidas de jóvenes inexpertos truncadas antes de desarrollarse como ciudadanos emancipados; vidas de trabajadores precarizados cercenadas de raíz que llevarán a la pobreza a sus familiares, que habrán de aceptar cualquier medio de subsistencia por indeseable que sea, con lo que se reproduce la situación precaria aprovechada por el patrón terrorista.

El silencio mediático se rompe de vez en cuando en las páginas de sucesos, no en las de economía, que serían las adecuadas pues las muertes laborales ocurren en el ámbito de la producción capitalista. La noticia se enfocará como un accidente más, sin analizar el incumplimiento de la LPRL, ni las consecuencias sociales o familiares del fallecimiento del trabajador.

Contrasta esta indiferencia general de la muerte en accidente laboral de los trabajadores por cuenta ajena o de la administración civil con el impacto mediático y social de la muerte en acto de servicio de un servidor público de las fuerzas armadas o de seguridad ciudadana. La sociedad en general reacciona con firmeza ante la muerte de un soldado o un policía.

Todo homenaje y condecoración le parece poco. Sin embargo, la denuncia de los sindicatos y organizaciones obreras de la muerte de un albañil, un soldador o un pescador mientras trabajaban no provocan en esa misma sociedad la indignación que debería, porque si así fuera, el terrorismo patronal se pensaría dos veces despreciar sistemáticamente la Constitución y la Ley de Prevención de Riesgos Laborales.

A pesar de esta ocultación interesada de tantas muertes, sería cuestión de estudios sociolaborales la ínfima repercusión que tiene en la clase obrera la defunción en accidente laboral de otro proletario. Tal vez sea porque la inmensidad de las empresas españolas sean pymes o microempresas, o por el adormecimiento del movimiento obrero porque sea consciente de que está perdiendo la guerra de clases.

Quizás los sindicatos, con cuadros muy preparados en el ámbito de la prevención, estén interpretando que todo lo que rodea a la seguridad laboral es un muro insalvable por la falta de inspectores de trabajo, y sobre todo, por la poderosa arma del terrorismo empresarial que es el argumento de que si no quieres trabajar en estas condiciones tengo a cien esperando tu puesto de trabajo.

El caso es que esta página negra de la producción capitalista se está cobrando la vida de muchos trabajadores y parece que el mundo obrero no se lo ha tomado en serio, al menos no tanto como otros asuntos sociales en los que está implicado de lleno, como son la violencia de género o la discriminación laboral de la mujer.

La esperanza es que estos dos últimos asuntos también estuvieron latentes durante décadas, hasta que la mujer ha sido consciente de su empoderamiento como sujeto activo de la sociedad; solo falta que el proletariado retome con fuerzas renovadas su carácter de clase emancipadora y acabe con el sistema criminal de explotación capitalista.