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Descubriendo a Luis Camnitzer en el Reina Sofía

Y de repente, en el Reina Sofía, me topé con este genio: Luis Camnitzer.

Antes que nada, creo en mi obligación pedir sinceras disculpas, en mi nombre y en el de tantos europeos que supongo se solarizarían conmigo, por la involuntaria injusticia que sin duda cometemos cuando, aunque sea de una manera inconsciente nos referimos al mundo del arte y circunscribimos en la mayoría de las ocasiones su ámbito territorial exclusivamente a la vieja Europa y a Norteamérica. Perdón por ello.

Y es que si reflexionamos y hacemos un poquito de memoria aparte de los conocidísimos, entre otros, Siqueiros, Frida Kahlo y Diego Rivera, tenemos por ejemplo ahora a Vik Muniz , Liliana Porter, Alfredo Jaar, Luis Felipe Noé, Guillermo Kuitca,  Carlos Cruz Diez y a tantos otros que merecen sin duda toda nuestra admiración, nuestra consideración, nuestro reconocimiento y nuestro respeto.

Teruel, Soria y Cáceres también existen. Pues lo mismo.

Dicho esto, paso ya a hablar de Luis Camnitzer, cuyos padres judíos afortunadamente huyeron de la Alemania Nazi hacia Uruguay cuando su hijo contaba apenas dos o tres años. Hasta ahora este cronista desconocía que el señor Camnitzer constituia una referencia fundamental del conceptualismo latinoamericano. Creo que en la actualidad reside en Estados Unidos y desde hace ya muchos años su obra se encuentra representada en los más importantes museos del mundo.

Su actividad abarca todas las facetas del arte actual y el resultado se puede ver hasta el hasta el 4 de marzo; dense pues prisa, ya que merece la pena. Su perceptible preocupación social trasluce en todas sus obras, impregnadas de un profundo sentido de la justicia, así como su apuesta decidida por la capacidad de influencia del arte en la sociedad. Y de que este misma capacidad sirva y se utilice, creo yo, como enseñanza. Enseñanza en la manera de ver, de pensar, y aunque parezca un contrasentido, creo que incluso en la de aprender.

Como tengo que reconocer que ni en mil años este humilde cronista sería capaz de transmitirles ni tan siquiera la mitad de lo que este señor logró conmoverme, pues voy a tirar del tópico, una imagen vale más que mil palabras, y en este reportaje me permitiré (cosa que espero agradecerán) incluir sin apenas comentarios aquellas imágenes que considero más relevantes, esperando disfruten con la exposición. Acompáñenme.

Relevancia especial para mi tiene la sala que contiene la instalación los San Patricios.

¿Y que son estos San Patricios?, me preguntarán ustedes.

Pues bien, es una instalación (reducida) que tuvo su origen en una investigación llevada a cabo por Canmitzer (también publicó un libro), sobre unos sucesos que a continuación resumo, importantes a mi juicio y sin cuyo conocimiento carecería de sentido esta instalación, o al menos se haría bastante menos entendible.

Antes que nada, hay que recordar que de 1846 a 1848 los Estados Unidos invadieron el norte de Méjico y que como consecuencia de esta guerra se adueñaron prácticamente de medio país. Un grupo perteneciente al ejército norteamericano, unos 400 soldados, compuesto en su mayoría por irlandeses (de ahí su nombre), tuvo muy claro que era una guerra totalmente injusta, imperialista, y además protestante, con lo que desertaron y combatieron a partir de entonces junto a los mejicanos bajo las órdenes del general Santa Anna. Treinta y cinco de ellos fueron apresados y posteriormente ahorcados, momento este que recogen algunas de las placas de bronce que forman parte de la instalación.

Este suceso fue lógicamente silenciado durante más de cincuenta años y no es un tema del que precisamente se hable en las clases de historia americanas. A la Iglesia Católica tampoco le interesó entonces significarse (en esa época, se encontraba casi perseguida y era muy cuestionada en casi todo el país), y ni tan siquiera los propios irlandeses lo airearon, temerosos de ser tachados de antiamericanos. Han tenido que pasar casi doscientos años para que los descendientes pudiesen desempolvar esta historia.

En la misma sala podemos encontrar esta obrita, que no me resisto a incluir por la curiosa historia que refleja: este mismo general Santa Anna, que ironías de la vida, creo terminó exiliado en Nueva York, tenía un traductor o asistente llamado Adams, hombre por lo visto inteligente y observador, al que llamó poderosamente la atención el hecho de que su jefe mascase continuamente un tipo de corteza de árbol que este había traído de Méjico flexible y carente de sabor. Tiró del hilo y al cabo del tiempo…¡hasta el chicle le quitaron a los pobres mejicanos!

Abandonamos ya la pasada historia, y les muestro ahora una original instalación cuyas para mí agudas reflexiones creo se comentan por si solas:

Aquí reparen ustedes en que la frase se sitúa sobre un dólar.

Y en este otra instalación,  encontramos enmarcadas hojas de  la guía de teléfonos de Montevideo. Destaca su uniformidad, su aparente igualdad, tan distante, todas tan anónimas y tan inexpresivas, casi como fotocopias unas de otras.

Pero, ¡ay amigo!, cuando te acercas a cualquiera de ellas, descubres asombrado que el correspondiente número telefónico de varios de los usuarios se encuentra en blanco, como si se hubiese tachado con típex tras el nombre del ciudadano en cuestión.

Pues bien; estos nombres de ciudadanos concretos y estos números ya vacíos corresponden a las víctimas de la dictadura militar.

Impresiona.

En esta otra instalación, el artista nos invita a participar-crear la obra colgando un lápiz de una cuerda junto a la placa en que nos plantea una pregunta, una inquietud, o un desafío. Los visitantes que lo desean han ido escribiendo cada uno de ellos su punto de vista, y ya apenas queda un trozo de pared sin anotar. Les propongo a cada uno de ustedes que respondan como les parezca.

Ante este reto, ya lo han ocultado artistas posteriores, se me ocurrió dibujar una especie isla similar a Cuba en la que podía leerse “América Latina”, totalmente rodeada, envuelta, amenazada, agobiada, por un terreno circundante en el que podía leerse “EE.UU.”.

Ya vamos terminando.

Camnitzer: “Mi utopía  es una sociedad igualitaria, justa, sin clases, creativa y con el poder equitativamente distribuido. Para entrar en el proceso de esa utopía necesito que la educación sea creativa y ayude a crear, y que lo que llamamos arte sea educativo y genere aprendizaje. El acento en la educación entonces ya no está en transferir información, sino en aprender a accederla. Y, en lo referente al arte, tampoco está en el objeto llamado ‘obra de arte’ sino en los procesos que su presencia genera en el espectador, y cómo transforma al individuo para independizarlo en su propia creatividad sin tener que continuar consumiendo lo que yo hago como artista. Arte y educación entonces son casi la misma cosa”.

“Hospicio de Utopías fallidas” es el título de esta exposición. Si vienen a Madrid, no se la pierdan. En la tercera planta del Reina Sofía, planta dedicada a las exposiciones temporales y que no recuerdo haya estado nunca tan bien aprovechada.

Hasta marzo.

Delenda est Moscardó.